Con ojos de hoy, Charles Darwin podría ser considerado perfectamente un tipo racista y mirador en menos. Basta con leer algunos fragmentos de su famoso diario de viaje por el mundo y sus drásticos comentarios sobre los lugares y personas que iba conociendo para constatarlo. A los yaganes, habitantes originarios de Tierra del Fuego, los describe como los “seres más abyectos y miserables” que había visto en su vida. Y, mientras da sus primeros pasos en Chiloé, se sorprende porque no había nadie en el pueblo que tuviese un reloj de bolsillo ni de pared, y porque “para señalar las horas con la campana de la iglesia se emplea a un viejo que sepa calcular el tiempo”.
Para este erudito perteneciente a la aristocracia británica de comienzos del siglo 19, que entonces sólo tenía 22 años y que recién se había graduado de ciencias naturales en Cambridge, encontrarse con la incivilizada Sudamérica fue impactante.
Impulsado por uno de sus maestros, John Stevens Henlow, Darwin se embarcó en la fragata HMS Beagle el 27 de diciembre de 1831. La expedición estaba comandada por el capitán Robert Fitz–Roy (quien años antes ya se había aventurado por la América meridional), y tenía como objetivo levantar cartas geográficas e hidrográficas y estudiar las costas de América del Sur con énfasis en la región austral, Patagonia y Tierra del Fuego. Darwin zarpó desde Devonport y visitó Brasil (abril a junio de 1832), Uruguay, Argentina y Patagonia Oriental. En 1834 llegó a Chile, donde pasó un año medio, y luego partió a Perú y las Galápagos (septiembre–octubre de 1835), para luego dirigirse hacia Oceanía y dar la vuelta por África hasta regresar a Inglaterra, el 2 de octubre de 1836.
En su periplo, el científico registró extensamente sus observaciones y actividades, las cuales finalmente fueron condensadas en su libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo, editado en 1860. Hasta entonces, Darwin había trabajado en su polémica teoría sobre la evolución de los organismos, la que publicó en 1859 como El origen de las especies. Por cierto, el viaje a bordo de la Beagle fue fundamental para elaborar su teoría: de hecho, en su autobiografía, Darwin califica esta aventura como el acontecimiento más grande de su vida.
A Chile le dedica seis capítulos en su obra (del 10 al 16) y, más allá de los adjetivos que suele utilizar para referirse a lo que ve, son sin duda unos de los más fascinantes relatos sobre la naturaleza –hasta entonces inexplorada– de nuestro país.
17 de diciembre 1832. Primera visita a Tierra del Fuego. Pasa 72 días en la zona y se encuentra con los fueguinos. Aunque ya conocía a Jemmy Button (fueguino que había sido trasladado a Inglaterra en el primer viaje de la Beagle, entre 1826 y 1830, y que ahora iba abordo con él), queda muy sorprendido. “Jamás había visto yo, verdaderamente, seres más abyectos ni más miserables”, narra mientras recorre la isla Wollaston. Darwin regresaría a Tierra del Fuego en febrero de 1834.
21 de mayo de 1834. Explora el estrecho de Magallanes durante 20 días. La Beagle ancla en Puerto del Hambre y Darwin asciende al monte Tarn. “La selva era de tal modo espesa, que se nos hacía necesario consultar la brújula a cada instante (…) En los profundos barrancos se veían mortales escenas de desolación que escapan a toda descripción”.
28 de junio de 1834. Navega por los glaciares del Golfo de Penas y llega a Chiloé. “Una selva impenetrable, en extremo húmeda (…). El cielo está siempre nuboso y hemos visto que el clima no conviene en manera alguna a los frutos de la Europa meridional”.
23 julio 1834. Llega a Valparaíso. Visita Quintero, Quillota, San Felipe, Jahuel y La Campana. Se maravilla con el clima. “¡Qué placer experimenté durante mi estancia en Jahuel, escalando esas inmensas montañas! (…) Hace un tiempo admirable y la atmósfera tiene gran pureza”. Hoy funciona aquí el Hotel Termas de Jahuel que, por cierto, suele recordar a Darwin como visitante ilustre.
28 de agosto de 1834. Llega a Santiago y recorre sus alrededores. Luego va a Rancagua, Termas de Cauquenes (pasa cinco días aquí), Tagua Tagua, San Fernando, Navidad, Casablanca y Valparaíso. Se enferma y pasa un mes en cama.
21 de noviembre de 1834. Navega nuevamente hasta Chiloé. Describe a Castro como una ciudad triste y desierta. “La iglesia se halla completamente construida de madera y no carece ni de aspecto pintoresco ni de majestad”, dice sobre lo que hoy es Patrimonio de la Humanidad.
8 de febrero de 1835. Llega a Valdivia y vive el terremoto del 20 de febrero. ‘El movimiento del suelo (…) me produjo casi un mareo semejante al mal de mar”.
15 abril de 1835. Viaja a Valparaíso y luego va por tierra a Coquimbo, Huasco, Carrizal, Freirina, Vallenar y Copiapó. “Esta región está tan poco poblada, los caminos, o mejor dicho, senderos, están tan mal trazados, que tenemos grandes dificultades en hallar el nuestro”.
12 de julio de 1835. Navega desde Caldera hasta Iquique, donde permanece por siete días. “Nada más triste que el aspecto de esta ciudad. El pequeño puerto, con algunos barcos y su grupito de casas, es por completo desproporcionado al resto del paisaje y parece aplastado por él”. Tras visitar algunas salitreras, el 19 de julio zarpa hacia Callao, Perú.
Para leer
Para profundizar en los viajes de Darwin por nuestras tierras, un muy buen libro es Darwin en Chile (1832–1835): Viaje de un naturalista alrededor del mundo, de David Yudilevich. No sólo contiene el relato original del científico inglés, sino que además lo contextualiza con datos de la época, fotografías y mapas. Está editado por Editorial Universitaria (Alameda 1050, tel. 487 0700) y cuesta 17.600 pesos. La editorial lanzará pronto el trabajo póstumo de Yudilevich sobre Darwin, enfocado en sus viajes entre Valparaíso y Copiapó.
Fuente: El Mercurio
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