La próxima será la primera de las 7 clases correspondientes a Entorno Natural y Comunidad Regional.
Este Mapa se refiere a unos de los aprendizajes que debemos conseguir ese día.
viernes, 30 de abril de 2010
Orogenia y Movimientos epirogénicos
Una orogenia, es decir, el proceso de formación de una cordillera, está directamente relacionada con la tectónica de placas. Los movimientos que se producen en la corteza como consecuencia de las colisiones entre placas, y que son formadores de montañas, se llaman movimientos orogénicos.
En ellos se pueden originar plegamientos, fallas y abundantes terremotos, debido a que el desplazamiento preferente de las masas rocosas se produce de forma horizontal a causa de la fricción o del choque entre las placas.
Buena parte de los materiales que pasan a formar parte de las cordilleras procede de los océanos: son sedimentos acumulados en las cuencas oceánicas que, cuando estas se cierran, se pliegan debido a la intensa compresión.
La colisión entre las placas puede elevar estos depósitos sedimentarios hasta integrarlos en la futura cordillera. Esta es la razón por la que, en muchas cordilleras, existen fósiles de seres marinos a miles de metros de altitud.
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Además de la intensa compresión provocada por el acercamiento de las placas, en muchas zonas de la Tierra se observan movimientos que no están ligados a colisiones de las masas continentales. Se trata, en realidad, de pequeños ajustes verticales que causan cambios menores en la altitud de determinadas cordilleras o zonas continentales más o menos amplias.
Estos movimientos se llaman epirogénicos o formadores de continentes, y se caracterizan porque el desplazamiento preferente se produce en el plano vertical. Se dan, por ejemplo, por la erosión de una montaña. La pérdida de materiales produce una disminución del peso, con lo que se origina un movimiento de las rocas hacia arriba.
Este hecho se explica según la teoría que indica que los bloques rocosos flotan en la astenosfera, y que se hunden más cuanto más pesan. Si disminuye el peso de un bloque, este asciende hasta que se recupera el equilibrio. Ejemplos de estos movimientos epirogénicos se encuentran en las zonas polares, donde la fusión de los casquetes de hielo produce una descarga del peso de los continentes y favorece su levantamiento.
Tipos de límites entre cortezas.
Si la corteza continental se ubica junto con la corteza oceánica sin movimientos relativos, se habla de un límites conservadores (como por ejemplo entre Argentina y el océano Atlántico. Límites convergentes se define por su movimiento del sentido contrario (choque). Se trata de destrucción de corteza con deformaciones y posible orogénesis. Existen dos formas: La corteza oceánica está chocando con un continente (subducción), o dos continentes entre si chocan. En los límites divergentes se forma corteza oceánica (spreading).
jueves, 29 de abril de 2010
Crecimiento y Desarrollo Económico (Algo de Historia)
En la década de los cincuenta, el desarrollo se entendió prácticamente como un sinónimo de crecimiento económico e industrialización. El ser humano fue considerado como un factor más de producción, es decir, como un medio para alcanzar un crecimiento económico mayor. El indicador por excelencia del desarrollo fue el ingreso por habitante. Además, se consideró que existía un solo camino al desarrollo y que el modelo era Estados Unidos. Estas ideas se convirtieron en las dominantes a la hora de hablar del desarrollo de un país.
En la década de los sesenta se cuestionó la anterior concepción de desarrollo. El profesor Dudley Seers formuló con claridad la crítica a un concepto de desarrollo reducido al crecimiento económico. Según Seers, si queremos saber si un país se ha desarrollado debemos preguntarnos qué ha pasado con la pobreza, el desempleo y la desigualdad. Si estos problemas han empeorado no se podría hablar de desarrollo, aun cuando el ingreso por habitante se haya duplicado. Por lo tanto, queda claro que el crecimiento económico no puede ser el fin del desarrollo.
En la década de los setenta, el concepto de desarrollo implicó la búsqueda de un crecimiento con equidad. En los países más industrializados surgió una creciente preocupación por el uso irracional de los recursos naturales y la contaminación ambiental que había provocado su proceso de crecimiento e industrialización. Lamentablemente, en los ochenta, la recesión de la economía internacional, la explosión del problema de la deuda externa y los problemas inflacionarios llevaron a que los objetivos económicos centrales fueran la estabilidad macroeconómica y la recuperación del crecimiento económico. La década de los ochenta e inicios de los noventa fueron los tiempos de los programas de estabilización y ajuste económico. Estos procesos de ajuste agravaron los problemas de la pobreza, la desigualdad, la exclusión social y el deterioro ambiental, prácticamente en todos los países subdesarrollados.
En la década de los noventa, se consolida un nuevo concepto de desarrollo, que es denominado "desarrollo humano sostenible". Se entiende que el desarrollo significa crecimiento equitativo y en armonía con la naturaleza.
En fin: El crecimiento se refiere a términos nominales económicos que crecen o decrecen, el desarrollo económico, es un concepto más amplio, en donde el bienestar y las consideraciones naturales tienen un papel más fundamental.
Terremoto de Concepción 1835
A las 11.30 AM del día 20 de Febrero de 1835, un espantoso terremoto asoló la zona de Concepción, la misma que un siglo más tarde se vería de nuevo en ruinas por similar desastre.
El Intendente interino de Concepción, coronel Ramón Boza, informaba al gobierno el mismo día de la catástrofe:
"Un terremoto tremendo ha concluido con esta población. No hay un templo, una casa pública, una particular, un solo cuarto; todo ha concluido: la ruina es completa. El horror ha sido espantoso. No hay esperanzas en Concepción. Las familias andas errantes i fujitivas; no hay albergue segura que las esconda; todo, todo ha concluido; nuestro siglo no ha visto una ruina tan excesiva i tan completa"
El terremoto arruinó una ancha faja de 300 leguas comprendidas entre los ríos Cachapoal y Valdivia. Concepción y Chillán quedaron en el suelo. Primero se oyó un estrépito formidable, seguido de sucesivas sacudidas de la tierra, de sur a norte, en forma de olas marinas, que impedían a los aterrados pobladores mantenerse en pie.
Al ruido ensordecedor del terremoto se sumó el del derrumbe de los edificios, desencajados desde los cimientos. Una nube de polvo, que tornaba casi imposible la respiración, envolvió los montones de escombros a que se habían reducido las ciudades. Cada nueva sacudida era acompañada de estampidos, que hacían la impresión de que un volcán había reventado bajo la ciudad.
En varios lugares, el suelo se dividió en grietas profundas. En Coyanco, departamento de Puchacay, se hundió una pequeña colina y en su lugar quedó un profundo barranco. En el patio de la casa de Mr. Evans, en Talcahuano, "reventó el suelo, vertiendo un agua hedionda y sulfurosa, y el mismo fenómeno se observó en varios lugares vecinos a Concepción".
En medio de la bahía de San Vicente se elevó una columna semejante al chorro de una inmensa ballena y al desaparecer dejó un gran remolino, como si el mar se entrase en una cavidad de la tierra. Más allá de la isla Quiriquina se alzó una columna de humo semejante a una torre.
Un maremoto de enormes proporciones arrasó las costas desde Constitución hasta el extremo sur. En la desembocadura del Maule, represó el caudal del río hasta cuatro varas de alto y al recobrar el nivel normal, arrasó la barra de arena que cierra el estuario. En Talcahuano el agua subió hasta 30 pies, arrasó la población y se retiró en seguida hasta dejar los buques en seco, para venir de nuevo, durante varias horas
Se recogieron 34 cadáveres, desaparecieron 30 personas, se hospitalizaron 10 heridos graves y el número de heridos leves y contusos se calculó en 500.
Concepción, Chillán, Yumbel, Rere, Los Angeles, La Florida, Coelemu, Talcahuano, Penco, Tomé, Arauco y Colcura eran hacinamientos de ruinas.
En los puertos, las marejadas barrieron con los restos de las edificaciones.
El fenómeno telúrico había sido precedido de un aumento de la actividad volcánica de la zona: Charles Darwin, quien estaba a bordo del "Beagle" frente a las actuales costas de Valdivia, observó hilos delgados de lava ardiente que se deslizaban por los flancos del volcán Osorno. Cuando llegó a Talcahuano, trece días después del sismo, refiere en su diario que en este puerto las olas del mar lanzaron un cañón de cuatro toneladas cinco metros afuera de las fortificaciones.
El origen volcánico del fenómeno dio lugar a la creencia popular, que perduró más de medio siglo, de que algunos indios expulsados de Talcahuano, en venganza, habían tapado el cráter del volcán Antuco, con el perverso objetivo de que reventara por aquel puerto. En las tradiciones del siglo XIX la catástrofe figura con el nombre de "la ruina" en Concepción y Chillán y del "temblor grande" en el resto de la zona afectada.
En toda la zona que abarcó el terremoto, entre Chillán y Concepción, se recogieron unos 120 cadáveres. Se desconoce el número de los que quedaron para siempre atrapados bajo los escombros, fueron carbonizados por los numerosos incendios o fueron arrastrados por las olas del mar en los puertos. Si bien es muy difícil determinar el número de víctimas, él fue, desde luego, bajo, por la escasa densidad poblacional y por la hora en que se produjo.
Prosiguieron al terremoto grandes temporales, que malograron las cosechas que aún estaban en las eras, agravando la situación de los pobladores que estaban guarecidos en las quebradas y bajo los árboles
Fuente: Historia Ilustrada de Chile, de Francisco Encina y Leopoldo Castedo. Edit. Zig-Zag. 1985.
Darwin en Chile
Con ojos de hoy, Charles Darwin podría ser considerado perfectamente un tipo racista y mirador en menos. Basta con leer algunos fragmentos de su famoso diario de viaje por el mundo y sus drásticos comentarios sobre los lugares y personas que iba conociendo para constatarlo. A los yaganes, habitantes originarios de Tierra del Fuego, los describe como los “seres más abyectos y miserables” que había visto en su vida. Y, mientras da sus primeros pasos en Chiloé, se sorprende porque no había nadie en el pueblo que tuviese un reloj de bolsillo ni de pared, y porque “para señalar las horas con la campana de la iglesia se emplea a un viejo que sepa calcular el tiempo”.
Para este erudito perteneciente a la aristocracia británica de comienzos del siglo 19, que entonces sólo tenía 22 años y que recién se había graduado de ciencias naturales en Cambridge, encontrarse con la incivilizada Sudamérica fue impactante.
Impulsado por uno de sus maestros, John Stevens Henlow, Darwin se embarcó en la fragata HMS Beagle el 27 de diciembre de 1831. La expedición estaba comandada por el capitán Robert Fitz–Roy (quien años antes ya se había aventurado por la América meridional), y tenía como objetivo levantar cartas geográficas e hidrográficas y estudiar las costas de América del Sur con énfasis en la región austral, Patagonia y Tierra del Fuego. Darwin zarpó desde Devonport y visitó Brasil (abril a junio de 1832), Uruguay, Argentina y Patagonia Oriental. En 1834 llegó a Chile, donde pasó un año medio, y luego partió a Perú y las Galápagos (septiembre–octubre de 1835), para luego dirigirse hacia Oceanía y dar la vuelta por África hasta regresar a Inglaterra, el 2 de octubre de 1836.
En su periplo, el científico registró extensamente sus observaciones y actividades, las cuales finalmente fueron condensadas en su libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo, editado en 1860. Hasta entonces, Darwin había trabajado en su polémica teoría sobre la evolución de los organismos, la que publicó en 1859 como El origen de las especies. Por cierto, el viaje a bordo de la Beagle fue fundamental para elaborar su teoría: de hecho, en su autobiografía, Darwin califica esta aventura como el acontecimiento más grande de su vida.
A Chile le dedica seis capítulos en su obra (del 10 al 16) y, más allá de los adjetivos que suele utilizar para referirse a lo que ve, son sin duda unos de los más fascinantes relatos sobre la naturaleza –hasta entonces inexplorada– de nuestro país.
17 de diciembre 1832. Primera visita a Tierra del Fuego. Pasa 72 días en la zona y se encuentra con los fueguinos. Aunque ya conocía a Jemmy Button (fueguino que había sido trasladado a Inglaterra en el primer viaje de la Beagle, entre 1826 y 1830, y que ahora iba abordo con él), queda muy sorprendido. “Jamás había visto yo, verdaderamente, seres más abyectos ni más miserables”, narra mientras recorre la isla Wollaston. Darwin regresaría a Tierra del Fuego en febrero de 1834.
21 de mayo de 1834. Explora el estrecho de Magallanes durante 20 días. La Beagle ancla en Puerto del Hambre y Darwin asciende al monte Tarn. “La selva era de tal modo espesa, que se nos hacía necesario consultar la brújula a cada instante (…) En los profundos barrancos se veían mortales escenas de desolación que escapan a toda descripción”.
28 de junio de 1834. Navega por los glaciares del Golfo de Penas y llega a Chiloé. “Una selva impenetrable, en extremo húmeda (…). El cielo está siempre nuboso y hemos visto que el clima no conviene en manera alguna a los frutos de la Europa meridional”.
23 julio 1834. Llega a Valparaíso. Visita Quintero, Quillota, San Felipe, Jahuel y La Campana. Se maravilla con el clima. “¡Qué placer experimenté durante mi estancia en Jahuel, escalando esas inmensas montañas! (…) Hace un tiempo admirable y la atmósfera tiene gran pureza”. Hoy funciona aquí el Hotel Termas de Jahuel que, por cierto, suele recordar a Darwin como visitante ilustre.
28 de agosto de 1834. Llega a Santiago y recorre sus alrededores. Luego va a Rancagua, Termas de Cauquenes (pasa cinco días aquí), Tagua Tagua, San Fernando, Navidad, Casablanca y Valparaíso. Se enferma y pasa un mes en cama.
21 de noviembre de 1834. Navega nuevamente hasta Chiloé. Describe a Castro como una ciudad triste y desierta. “La iglesia se halla completamente construida de madera y no carece ni de aspecto pintoresco ni de majestad”, dice sobre lo que hoy es Patrimonio de la Humanidad.
8 de febrero de 1835. Llega a Valdivia y vive el terremoto del 20 de febrero. ‘El movimiento del suelo (…) me produjo casi un mareo semejante al mal de mar”.
15 abril de 1835. Viaja a Valparaíso y luego va por tierra a Coquimbo, Huasco, Carrizal, Freirina, Vallenar y Copiapó. “Esta región está tan poco poblada, los caminos, o mejor dicho, senderos, están tan mal trazados, que tenemos grandes dificultades en hallar el nuestro”.
12 de julio de 1835. Navega desde Caldera hasta Iquique, donde permanece por siete días. “Nada más triste que el aspecto de esta ciudad. El pequeño puerto, con algunos barcos y su grupito de casas, es por completo desproporcionado al resto del paisaje y parece aplastado por él”. Tras visitar algunas salitreras, el 19 de julio zarpa hacia Callao, Perú.
Para leer
Para profundizar en los viajes de Darwin por nuestras tierras, un muy buen libro es Darwin en Chile (1832–1835): Viaje de un naturalista alrededor del mundo, de David Yudilevich. No sólo contiene el relato original del científico inglés, sino que además lo contextualiza con datos de la época, fotografías y mapas. Está editado por Editorial Universitaria (Alameda 1050, tel. 487 0700) y cuesta 17.600 pesos. La editorial lanzará pronto el trabajo póstumo de Yudilevich sobre Darwin, enfocado en sus viajes entre Valparaíso y Copiapó.
Fuente: El Mercurio
Para este erudito perteneciente a la aristocracia británica de comienzos del siglo 19, que entonces sólo tenía 22 años y que recién se había graduado de ciencias naturales en Cambridge, encontrarse con la incivilizada Sudamérica fue impactante.
Impulsado por uno de sus maestros, John Stevens Henlow, Darwin se embarcó en la fragata HMS Beagle el 27 de diciembre de 1831. La expedición estaba comandada por el capitán Robert Fitz–Roy (quien años antes ya se había aventurado por la América meridional), y tenía como objetivo levantar cartas geográficas e hidrográficas y estudiar las costas de América del Sur con énfasis en la región austral, Patagonia y Tierra del Fuego. Darwin zarpó desde Devonport y visitó Brasil (abril a junio de 1832), Uruguay, Argentina y Patagonia Oriental. En 1834 llegó a Chile, donde pasó un año medio, y luego partió a Perú y las Galápagos (septiembre–octubre de 1835), para luego dirigirse hacia Oceanía y dar la vuelta por África hasta regresar a Inglaterra, el 2 de octubre de 1836.
En su periplo, el científico registró extensamente sus observaciones y actividades, las cuales finalmente fueron condensadas en su libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo, editado en 1860. Hasta entonces, Darwin había trabajado en su polémica teoría sobre la evolución de los organismos, la que publicó en 1859 como El origen de las especies. Por cierto, el viaje a bordo de la Beagle fue fundamental para elaborar su teoría: de hecho, en su autobiografía, Darwin califica esta aventura como el acontecimiento más grande de su vida.
A Chile le dedica seis capítulos en su obra (del 10 al 16) y, más allá de los adjetivos que suele utilizar para referirse a lo que ve, son sin duda unos de los más fascinantes relatos sobre la naturaleza –hasta entonces inexplorada– de nuestro país.
17 de diciembre 1832. Primera visita a Tierra del Fuego. Pasa 72 días en la zona y se encuentra con los fueguinos. Aunque ya conocía a Jemmy Button (fueguino que había sido trasladado a Inglaterra en el primer viaje de la Beagle, entre 1826 y 1830, y que ahora iba abordo con él), queda muy sorprendido. “Jamás había visto yo, verdaderamente, seres más abyectos ni más miserables”, narra mientras recorre la isla Wollaston. Darwin regresaría a Tierra del Fuego en febrero de 1834.
21 de mayo de 1834. Explora el estrecho de Magallanes durante 20 días. La Beagle ancla en Puerto del Hambre y Darwin asciende al monte Tarn. “La selva era de tal modo espesa, que se nos hacía necesario consultar la brújula a cada instante (…) En los profundos barrancos se veían mortales escenas de desolación que escapan a toda descripción”.
28 de junio de 1834. Navega por los glaciares del Golfo de Penas y llega a Chiloé. “Una selva impenetrable, en extremo húmeda (…). El cielo está siempre nuboso y hemos visto que el clima no conviene en manera alguna a los frutos de la Europa meridional”.
23 julio 1834. Llega a Valparaíso. Visita Quintero, Quillota, San Felipe, Jahuel y La Campana. Se maravilla con el clima. “¡Qué placer experimenté durante mi estancia en Jahuel, escalando esas inmensas montañas! (…) Hace un tiempo admirable y la atmósfera tiene gran pureza”. Hoy funciona aquí el Hotel Termas de Jahuel que, por cierto, suele recordar a Darwin como visitante ilustre.
28 de agosto de 1834. Llega a Santiago y recorre sus alrededores. Luego va a Rancagua, Termas de Cauquenes (pasa cinco días aquí), Tagua Tagua, San Fernando, Navidad, Casablanca y Valparaíso. Se enferma y pasa un mes en cama.
21 de noviembre de 1834. Navega nuevamente hasta Chiloé. Describe a Castro como una ciudad triste y desierta. “La iglesia se halla completamente construida de madera y no carece ni de aspecto pintoresco ni de majestad”, dice sobre lo que hoy es Patrimonio de la Humanidad.
8 de febrero de 1835. Llega a Valdivia y vive el terremoto del 20 de febrero. ‘El movimiento del suelo (…) me produjo casi un mareo semejante al mal de mar”.
15 abril de 1835. Viaja a Valparaíso y luego va por tierra a Coquimbo, Huasco, Carrizal, Freirina, Vallenar y Copiapó. “Esta región está tan poco poblada, los caminos, o mejor dicho, senderos, están tan mal trazados, que tenemos grandes dificultades en hallar el nuestro”.
12 de julio de 1835. Navega desde Caldera hasta Iquique, donde permanece por siete días. “Nada más triste que el aspecto de esta ciudad. El pequeño puerto, con algunos barcos y su grupito de casas, es por completo desproporcionado al resto del paisaje y parece aplastado por él”. Tras visitar algunas salitreras, el 19 de julio zarpa hacia Callao, Perú.
Para leer
Para profundizar en los viajes de Darwin por nuestras tierras, un muy buen libro es Darwin en Chile (1832–1835): Viaje de un naturalista alrededor del mundo, de David Yudilevich. No sólo contiene el relato original del científico inglés, sino que además lo contextualiza con datos de la época, fotografías y mapas. Está editado por Editorial Universitaria (Alameda 1050, tel. 487 0700) y cuesta 17.600 pesos. La editorial lanzará pronto el trabajo póstumo de Yudilevich sobre Darwin, enfocado en sus viajes entre Valparaíso y Copiapó.
Fuente: El Mercurio
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